Una muerte inútil

09/May/2011

El Observador, Lincoln Maiztegui Casas

Una muerte inútil

6-5-2011OSAMA BIN LADEN LÍDER DE AL QAEDA Me parece importante señalar algo que poca gente ha dicho: la inmensa mayoría de la comunidad islámica hacía ya tiempo que le había dado la espalda a Osama bin LadenLINCOLN R. MAIZTEGUI CASASQué decir sobre el líder de Al Qaeda que ya no se haya dicho? No es que exista la obligación de ser original, pero es legítimo que el lector exija no leer dos veces lo mismo, aunque sea con palabras diferentes. Emprendo la difícil tarea invocando a las potencias celestiales, como Homero al hablar de la cólera del peleida Aquileo o José Hernández al iniciar su Martín Fierro (“Vengan santos milagrosos, / vengan todos en mi ayuda, / que la lengua se me añuda / y se me turba la vista. / Pido a mi Dios que me asista / en una ocasión tan ruda”). Comienzo por una afirmación contundente: Osama bin Laden está muerto y bien muerto; no estoy diciendo que sea bueno que esté muerto, sino que no me cabe duda de que sí lo está. Vaya esta aseveración para salir al cruce de los que, como era previsible, ya han comenzado a manejar las teorías conspirativas de tres al cuarto que, en estos casos, siempre tienen adeptos, en especial entre la gente que menos piensa. El hecho de que no tengamos pruebas materiales del óbito (que, por otra parte, no podríamos tener en ningún caso; fotografías y similares pueden ser falsificadas de manera muy convincente. ¿No vimos acaso, hace un par de años, “fotos” de Fidel Castro yaciendo en su sepulcro?) no autoriza a poner en duda su veracidad. Todo un presidente de los Estados Unidos se dirigió a su país y al mundo para dar la noticia de lo que, desde su punto de vista, es un éxito. Ni al que asó la manteca se le puede ocurrir que estuviese inventándose la historia, vaya a saber con qué propósito. Aclarado este punto, cabe preguntarse cómo fue posible que a partir de un credo admirable, que venera al Dios único y misericordioso, un hombre a todas luces culto, de formación universitaria y con mucho mundo encima, haya llegado a ser el fanático sin entrañas que no vaciló en sacrificar estúpidamente la vida de miles de personas inocentes, en teórica defensa de ese mismo credo. Es difícil de entender, aunque de ninguna manera se trate de un hecho sin antecedentes; en nombre del Jesús que predicó como verdad fundamental la necesidad de amar al prójimo como a uno mismo, se ha quemado gente en la hoguera en medio de aquelarres espeluznantes llamados “autos de fe”. Durante mucho tiempo, el islam fue la más tolerante y abierta de todas las religiones monoteístas; y basadas en ello, las sociedades que fiaban en sus principios aportaron a la cultura universal algunos de sus logros más elevados. No conviene olvidar que si en Occidente conocemos a Aristóteles, es porque lo introdujeron y tradujeron los grandes intelectuales islámicos de la edad de oro, y que la medicina científica, derivada de Hipócrates, fue reintroducida y profundizada por el gran sabio andaluz Maimónides, un judío arabizado que contó, en la etapa fundamental de su vida, con protectores musulmanes. Por ello, resulta incongruente que de ese tronco haya brotado un Osama bin Laden. Habría mucho que hablar sobre las razones que pueden explicar -nunca justificar- semejante fenómeno; la irrupción suena clave. Pero no es el momento ni el lugar para hablar de esto. Sí me parece importante señalar algo que poca gente ha dicho: la inmensa mayoría de la comunidad islámica hacía ya tiempo que le había dado la espalda a Osama bin Laden. Uno de los hechos más estimulantes de la historia reciente es la indiferencia, e incluso la hostilidad, que muchísimos jóvenes musulmanes muestran hacia Al Qaeda y quien fuera su líder. Parecen tener claro que sus vesánicas acciones estaban proyectando hacia el resto del mundo una imagen que no tiene relación alguna con lo que el islam ha sido históricamente. Escondido en las catacumbas, presente apenas en algunas filmaciones que lo mostraban siempre amenazando, cada vez más viejo y, de hecho, más impotente, Osama bin Laden era, notoriamente y en buena hora, un cadáver político. No valía la pena asesinarlo para convertirlo en mártir.